Por Santiago Cueto Rúa @OgaitnasCR *
Foto de portada Kaloian Santos Cabrera
De acuerdo con la mirada de lxs especialistas, el vínculo que una sociedad tiene con su propio pasado no es lineal. Es decir, el pasado no necesariamente nos queda cada vez más lejos. Esto es fácil de observar en aquellas sociedades que, como la nuestra, han atravesado experiencias de violencia estatal. En el caso argentino, de hecho, todos los 24 de marzo (o los 16 de septiembre, o los 22 de agosto) se renueva la emergencia de la memoria en el espacio público. Nunca más, decimos cada año. Nunca más al terrorismo de Estado, a la dictadura cívico militar, al genocidio, y también a que la violencia sea el modo de tramitar nuestra diferencias políticas.
Esa memoria del Nunca Más puede ser vista como una conquista. Es decir, como el triunfo de un modo de entender lo sucedido en la Argentina de la dictadura. Se trata de la memoria de las víctimas del terrorismo de Estado, sus familiares y las organizaciones de derechos humanos, refrendada luego por los gobiernos nacionales, primero el de Alfonsín, luego los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. También fue el Poder Judicial quien dio legitimidad a esas voces, avaló sus reclamos y construyó pruebas para darle solidez jurídica a esos testimonios. En Argentina hubo un plan sistemático de desaparición de personas y los responsables –en un camino que ha sido algo sinuoso- están cumpliendo penas por eso. La academia también, a su modo, coadyuvó a que esas memorias elaboradas por el campo humanitario lograran imponerse en el espacio público como verdad.
Sobre esas memorias se construyó nuestro pacto democrático. Pero como todo pacto, no tiene garantías de ser perenne, no está exento de que otras voces intenten destruirlo.
Una de las voces que desde años pretende talar las bases de ese pacto es la de Victoria Villarruel, cuya única actividad conocida ha sido defender a los represores a través de la institución denominada Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas. Podemos pensar que fue exactamente esto lo que llevó a Milei a elegirla como su compañera de fórmula.
De esta militancia surgió la semana pasada la voluntad de realizar un homenaje a las víctimas del “terrorismo”, en el seno de la Legislatura porteña. El evento desató una serie de discusiones y espacios de conversación pública, uno de los cuales fue el organizado por la Radio Estación Sur al que fui invitado junto a la Abogada y activista Guadalupe Godoy y a la Diputada porteña por el Partido de los Trabajadores Socialistas, Alejandrina Barry.
¿Cuál es el problema de que se haga un homenaje a “las víctimas del terrorismo”? En primer lugar, el problema es el lenguaje elegido. Llamar a las organizaciones revolucionarias “terrorismo” no puede sino recordarnos al lenguaje a través del cual se legitimó su exterminio. El “terrorismo”, la “subversión”, fueron el foco del terrorismo de Estado, fueron ellxs quienes habitaron los centros clandestinos de detención, a ellos arrojaron desde los aviones, a ellxs enterraron en fosas comunes como NN.
No obstante, hay una pregunta que sigue abierta: ¿cómo deben recordarse las víctimas de la guerrilla? ¿Qué lugar público deben tener en el fértil espacio de nuestras memorias? La pregunta es incómoda, pero una respuesta debe darse: quienes quieren recordar a las víctimas de las guerrillas deberían tener un espacio público, un lugar de memoria donde hacer un duelo individual y colectivo.
Esto nos devuelve otra pregunta: ¿por qué no lo han elaborado, por qué aún claman por él? ¿Por qué el Estado argentino, defensor de la no violencia y de una narrativa humanitaria, no ha construido una voz para alojar ese dolor?
No se puede responder tan fácilmente esta pregunta, pero sí se puede plantear una hipótesis: no ha existido una militancia en favor de las memorias de las víctimas de la guerrilla por fuera de una reivindicación del terrorismo de Estado. Se trata de dos cuestiones analíticamente distinguibles, que históricamente han ido de la mano. De este modo no puede emerger la memoria de esas víctimas porque sus voceros han elegido que su carta de presentación vaya a contramano de nuestro pacto democrático. Podría no haber sido así, pero así fue. Nuestra sociedad ha legitimado otras voces, aquellas que exigen a las memorias del pasado la impugnación del terrorismo de Estado, así ha sido planteado por la militancia, así ha sido legitimado por el Estado, al menos por ahora.
* Curriculum abreviado: Santiago Cueto Rúa es sociólogo y docente. Da clases de Teoría Social Clásica e investiga sobre el pasado reciente, los organismos de Derechos Humanos, y su relación con el Estado. También coordina el Curso de Ingreso de Sociología y está a cargo de tareas de seguimiento a lxs ingresantes. Forma parte de las políticas de inclusión de la FaHCE y la UNLP.