Por Sofía Giralda (*)
En medio de los balances de fin de año, los encuentros pandémicos y la euforia de las celebraciones se despiertan emociones. Algunas ya conocidas, otras quizás no tanto. Qué difícil se vuelve reconocer al otro, fuera de las celdas virtuales de zoom, detrás de un barbijo, los saludos dubitativos entre el puño y el abrazo.
Sobre los desafíos pandémicos hicimos hallazgos prometedores, y asuntos que aún quedan en el tintero. Uno de ellos se deja ver en nuestros comportamientos cotidianos. Me atrevo a decir que nos volvimos seres nostálgicos, alimentados por el deseo de “volver a lo que era antes”, los recuerdos felices, los momentos colectivos de reunión y cercanía. Sin embargo, en estos dos (casi tres) años seguimos viviendo en el presente construyendo, cómo podemos, nuevas formas de continuar adaptándonos a esta realidad social compleja.
Algo de eso se ve reflejado en lo que leemos y escuchamos, cuando salimos a las calles y nos sorprendemos con algún hecho de violencia. En todo este panorama, se extiende el DNU de Emergencia Sanitaria hasta diciembre del 2022. Los medios hegemónicos disparan entonces la noticia en loop, informando desde la desesperación y el miedo.
Repetición, desesperación, miedo. Ese parece ser el orden periodístico que marca el eje de las agendas que moldean la opinión pública. Y entonces ¿Qué pasa en nuestras mentes? ¿Quién se dedica a hablar de eso con responsabilidad? ¿Qué pasa con la empatía? ¿Y la ansiedad? Interrogantes que no descubren nada nuevo, pero agravan una situación que es necesario desentramar y sobre todo, visibilizar.
Estamos inmersos en lo efímero, en lo superficial de la “social media”, hablamos con imágenes porque nos cuesta poner en palabras, identificar, y entonces resolver, lo que nos pasa a muchos. Los trastornos de ansiedad no tienen una clasificación genérica, no son puntuales y no suceden repentinamente. Necesitamos hablar de esto que habitamos los seres vivos. Pedir ayuda es de vital importancia para quiénes padecen ciertos síntomas que son resultado del estrés, la incertidumbre, la fobia social, el miedo a situaciones dramáticas, el consumo excesivo de la realidad virtual, y la falta de herramientas colectivas para hacer frente y poner en palabras un trastorno que padecemos muchos pero a veces, no sabemos de qué trata ni cuáles son sus límites.
Lo que construimos hasta acá, es valioso. Hay quiénes levantaron cimientos desde las percepciones previas, otros en cambio, lo hicieron desde la intuición y la permanente búsqueda del bienestar integral. Sin embargo, “la única verdad es la realidad” y más allá de ciertas conquistas del Estado en la materia, hablar de salud mental aún viene acompañado de prejuicios, desinformación y, en los peores casos, irresponsabilidad.
La reflexión gira en torno de la necesidad de instalar la promoción de la educación responsable e integral de la salud mental desde que transitamos la niñez. ¿Y qué mejor momento que este para comenzar a entramarlo? Es complejo, y se suma a la lista de pendientes de muchas otras ventanas emergentes en la agenda pública.
Soy de las personas que cree que las batallas se conquistan, y que la demanda popular ocupa un rol central para librar esas conquistas. Hoy más que nunca debemos repensarnos, individual y colectivamente en términos de cuidados sanitarios integrales. Eso implica tomar conciencia de lo que transitamos estos años, y disparar una suerte de foto panorámica para saber dónde pararnos en lo que viene.
Hoy el tablero nos ubica en una partida larga, a contrarreloj. Pero nos enseña permanentemente que la salida es para todos, y que inevitablemente, nos necesitamos unos con otros. El balance de este año, sin dudas es el aprendizaje sostenido, y ¿el desafío? que nadie se quede atrás.