Por Manuco Rodríguez (*)
El que avisa no traiciona. Se aconseja a quien vaya a leer que lo haga habiendo visto la serie, ya que algunas precisiones sobre la trama pueden oficiar de spoiler y arruinar experiencia de sorprenderse con Okupas por primera vez. A quien no lo haya hecho, se le sugiere hacerse el favor de detener acá la lectura y retomarla cuando lo haya hecho. Cuentas claras conservan la amistad.
Por estos días, Netflix subió a su catálogo la tan esperada remasterización y remusicalización de Okupas, serie que revolucionó la televisión argentina cuando fue emitida en el último tramo de 2000. Luego del estreno, hubo alguna repetición en la pantalla estatal y durante algunos años era parte del paquete con el que Ideas del Sur, la productora de Marcelo Tinelli desembarcaba en otros canales. Pero desde hacía más de una década no podía verse en buena calidad, en videos subidos a Youtube por personas que lo grabaron en VHS y con las piezas musicales muteadas.
Hagamos un poco de historia. En su aparición, la apuesta era más que estética y tal vez constituya el embrión de lo que luego el macrismo denominó PPP (participación público privada) en una de las grandes apuestas del gobierno de Fernando De La Rúa por diferenciarse de su anterior. La gestión de los medios públicos, en manos de un incipiente Darío Lopérfido prometía aires de renovación tras las gestiones menemistas de Gerardo Sofovich y Germán Frega. Tal vez sea el único ámbito en el que el gobierno de la Alianza logró marcar una diferencia con el de Menem. Mediante un toma y daca de perdonar multas del entonces COMFER por producción de calidad para la señal pública, Ideas del Sur aportó dos programas que al día de hoy no perdieron vigencia: el programa de sketches de Diego Capusotto y Fabio Alberti Todo por 2 pesos y la serie que nos ocupa.
Dirigida por Bruno Stagnaro, uno de los directores nóveles y con un elenco de actores no consagrados a lo largo de 11 episodios la serie narró la historia de Ricardo, el pollo, el Chiqui y Walter, cuatro jóvenes de clase media baja que habitan una casa propiedad de una prima del primero. La serie era novedosa desde varios wines: la realidad social que narraba y la apuesta por una estética deudora de distintas corrientes realistas.
???????? Este quilombo hermoso es Okupas ????????Con estas escenas inéditas del detrás de escena del desalojo, te digo que OKUPAS YA ESTÁ DISPONIBLE. pic.twitter.com/GJtWGHXJcf
— CheNetflix (@CheNetflix) July 20, 2021
“Squatters… no hay. Hay asentamientos, personas que luchan por incorporarse”, describía – ¿o se lamentaba? – Horacio González en Lo redondo, lo que rueda, su aporte al primer libro sobre Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en el que analizaba el fenómeno de las bandas ricoteras como tribu urbana. La referencia es a los primos anglosajones de lo que luego conoceríamos como okupas.
Allí, el sociólogo recientemente fallecido plantea que la versión europea de la práctica implica un posicionamiento político: si una casa no es utilizada para habitar entonces hay un derecho a ocuparla. En Inglaterra incluso el Estadio llegó a avalar la práctica, debiendo les ocupantes hacerse cargo de los impuestos y tasas que al inmueble le correspondiera.
Es notable también la utilización del término squatter, en vez de okupas. Squatts eran las comunidades que se formaban en las casas okupadas en la Inglaterra del thatcherismo naciente. De esas comunidades surgieron muchas de las referencias de la cultura punk.
Por esos años en los que el siglo pasado agonizaba en los que experiencias similares cobraron notoriedad en nuestro país. En nuestra ciudad, el caso emblemático fue el Centro Cultural Germinal que funcionaba en una vivienda ocupada en 7 43 y plaza Italia. También en esa época se dio la pasión de María Soledad Rosas, la joven argentina que participó en una comunidad de okupas en Milán y se suicidó estando presa. La cobertura mediática del caso y de la historia de vida de la protagonista pusieron la temática en agenda.

En estos ejemplos hay posicionamientos políticos claros. Ninguno se trata de familias que de no ser por esta práctica no tendrían un domicilio. Algunas de estas experiencias se hacían bajo el paraguas de alguna organización que podía incluso contar con asistencia legal buscando recovecos como la usucapio que blindara a los activistas. El ideario anarquista también aparecía declarado abiertamente.
Si bien la presencia anarquista la da Walter y el nombre del perro Severino, el posicionamiento político no va más allá. Hay alguna referencia a “los políticos” como enemigos del pueblo como una suerte de precalentamiento para del “que se vayan todos”, una marcha de la izquierda frente al Congreso y no mucho más. Al cumplirse 15 años del estreno, el Suplemento NO de Página 12 reunió a los actores que dieron vida a los cuatro habitantes de la casa y a su principal antagonista, el Negro Pablo y les preguntó cómo imaginaban a sus personajes hoy, qué hubiera sido de ellos después de los sucesos de la serie y ninguno respondió en clave política: el levantamiento un año después en esa Plaza del Congreso que frecuentaban y la posterior participación política no aparecían en el universo. Ni piquete ni cacerola.
No es tampoco una narrativa moralista. La cámara muestra, no juzga. En ningún momento cae lugares como presentar el conflicto como de los pobres pibes que tienen que tomar la vivienda para vivir vs los burgueses ambiciosos malos. De hecho, a excepción del Chiqui, lo que lleva a la ocupación no es una necesidad habitacional; el resto de los personajes acusa un lugar en el que habitar al dejar la casa. Pero eso no es motivo de condena a la acción de ocupación.
Las definiciones morales pasan más por las pequeñas actitudes personales en las relaciones entre los personajes. Walter puede generar rechazo cuando tras una jornada de poco trabajo increpa al Chiqui por haber cocinado el pavo obtenido como paga o Ricardo cuando hace valer su condición de dueño de la pelota en relación a la casa. El consumo de cocaína no es condenado por la ruptura a la legislación, aunque sí hay cierto sentido de moraleja con el final de Ricardo en esa aventura.
Entre los protagonistas, habría que mencionar a la ciudad. Ahí aparecen presente plaza Congreso, el teatro San Martín, Constitución, los micros… Okupas es el Buenos Aires finisecular. Hasta la mirada porteñocentrista se revela en el segundo capítulo, en el que narran la odisea que constituye un viaje de Congreso a Quilmes. También en su proyección al conurbano territorio en el que hay drogas, ladrones y violadores.
El fenómeno del realismo en la narrativa audiovisual argentina seguramente haya encontrado su punto caramelo con Okupas, pero tenía un recorrido anterior. La referencia canónica lleva siempre a Pizza Birra Faso, película de 1998 que el propio Stagnaro codirigió junto Adrián Caetano y que siempre fue vista como una suerte de embrión de la serie. También de aquellos años son Buenos Aires Viceversa de Alejandro Agresti y Rapado de Martín Rejtman.

Podría incluso pensarse a los ciclos de Fabián Polosecki El otro lado y El visitante emitidos por la televisión pública (Entonces ATC) entre 1993 y 1995) como parte de esa saga, aunque en versión periodística.
Lo cierto es que había sed de calle. Al punto tal que hasta la televisión mainstream por ese momento y conservando sus formas también apuntó sus cámaras a esos sectores. Entre 1998 y 2000 las tiras insignias con las que Pol–ka ocupaba el primer time de canal 13 fueron Gasoleros, Campeones y El Sodero de mi vida. Si bien la propuesta estética apuntaba al costumbrismo, llevó a la pantalla chica oficios como el de la recolector de residuos, mecánico o chofer .
Tras el estreno de Pizza Birra Faso, uno de sus protagonistas, Héctor Anglada, comenzó a ser habitué de los elencos de este tipo de series de Pol-ka con la particularidad de que, si en el film de Caetano y Stagnaro era responsable del alto contenido de realismo en sangre, en las tiras producidas por Suar daba la sensación de ser un mal actor porteño imitando a un cordobés con clichés exagerados.
El 20 de julio en @CheNetflix vuelve Okupas con algunas canciones de El mató a un policía motorizado pic.twitter.com/5ZvY6ADdbL
— El mato a un policia motorizado (@ElMato) July 18, 2021
Por lo demás, en la versión original predominan canciones de rock clásico, nacional y angloparlante. Música compuesta años antes que los protagonistas de la serie nacieran, por una generación que apostó a un cambio social que no se dio y cuyo resultado de esa derrota fue un modelo que empujó a los personajes de la serie a la exclusión, la marginación y la precariedad. Esta nueva versión suplió las canciones de intérpretes extranjeros, cuyos derechos son más inaccesibles por música incidental hecha por Santiago Motorizado y algunas canciones de su banda El Mató a un Policía Motorizado, banda formada años después de la serie.
Por algún extraño motivo, quien vea la serie se encontrará con muchos detalles de la Buenos Aires de entresiglos a excepción de uno: sabrá que una tortilla en una rotisería costaba 3 con cincuenta, que Sui Generis tocaba en Boca, que el término puto era una forma de relacionarse, que existía una Lotería Solidaria, que los taxistas llevaban colgado del espejo retrovisor los CDS de America Online, pero no tendrán información de la música que se produjo en esos años y que también reflejó realidades similares.
Fue en 2000 que se estrenó en nuestro país Belleza americana. De esos años también son Magnolia y Felicidad. Se trata de películas de Hollywood que mostraron el despertar del sueño americano, a gran parte de este cine realista producido en la agonía del siglo XX se la puede leer como el despertar del menemismo y el sueño del primer mundo.
(*) Periodista; comunicador popular