Por Nelson Piñeiro
El más famoso de los perros de la mitología griega, es sin duda el can Cerbero. Este fiero animal custodiaba la entrada al inframundo, impidiendo que los muertos que caían a este infierno pudieran salir, y que los vivos no adelantaran las cosas ni sean impacientes, por lo que no les permitía entrar.
El can Cerbero fue tan famoso, que hasta lo tomaron en otras mitologías como la romana y ha hecho varios cameos en clásicos como la Divina Comedia, en algunas pinturas renacentistas, y también en comics, mangas y animes de finales del siglo XX y principio del XIX.

Cerbero tenía tres cabezas, y cada una de ellas un nombre. Para no complicarse, los poetas griegos pusieron a la primera de ellas Veltesta, que podría traducirse como “cabeza izquierda”, a la del medio Tretesta o “tercera cabeza” y a la última Dittesta, que vendría a ser “cabeza derecha”. Esto nos pone ante un dilema que indudablemente resolvieron como pudieron. Que la tercera cabeza sea la del medio, y se corresponda con el segundo lugar, obedece a que si la “tercera” coincidiera con el tercer lugar, la cabeza derecha hubiese quedado al medio.
También según los mismos griegos, Cerbero tuvo un hermano menos famoso, pero que por ahí la pasó mejor que un condenado a cuidar la entrada al inframundo. Su hermano tenía apenas 2 cabezas y los poetas de esta manera se evitaron el dilema sobre cuál debería llamarse cabeza derecha o cabeza tercera. Este hermano de Cerbero fue mascota del titán Atlas por lo que imagino que conoció al mundo entero. Según diferentes versiones, su nombre fue “Ortro”, “Orthus” u “Orto”, siendo posiblemente este último el correcto, teniendo en cuenta que Atlas mucho no lo quería porque en algún momento de su existencia se lo regaló a un gigante de nombre Gerión que indudablemente tuvo un papel menor en el universo Marvel griego del 250 a.C.
Todas estas historias de los canes Cerbero y Orto, claramente son incomprobables. Cada lugar de la tierra tiene su propia mitología, en muchos casos apenas se las llama leyendas para bajarle el precio. El origen de cada relato, siempre estará marcado por la incertidumbre y la duda. Nos preguntaremos que hubo de cierto en esos delirios para dar inicio a cada mitología.
El caso del Perro Fernando de Resistencia, bien puede ser el mojón casi contemporáneo de un personaje mitológico. Su existencia está documentada, pero su mito y sus proezas crecen con el tiempo.
La ciudad de Resistencia, además de ser la capital de Chaco, es la “Capital Nacional de las Esculturas”. Este honor lo debe a las más de 600 esculturas que pueblan sus calles, al menos dos de ellas, están dedicadas al Perro Fernando.
En 1988 un grupo de artistas chaqueños, organizaron el Primer Concurso Nacional de Escultura en Madera de la ciudad de Resistencia. A partir de ese momento, cada año se realizó este evento, que desde 1998 es Bienal Internacional de Esculturas. De esta manera, Resistencia está poblada de obras en sus calles. Sin embargo, el carácter de polo cultural del NEA argentino, es identitario de Resistencia desde mucho antes.
El Fogón de los Arrieros fue creado por Aldo Boglietti en 1943. Esta era una casa en la que se reunían artistas e intelectuales de Chaco y la región. Con el tiempo se convirtió en una suerte de museo surrealista al que recalaban artistas provenientes de todo el país y el extranjero. El lugar estuvo las 24 horas del día abierto desde su fundación hasta 1955 y luego, a pesar del cartel que reza “Abra la puerta sin llamar”, la invitación sirve sólo después de las 21 hs.
A principios de los años 50 se acercó hasta El Fogón de los Arrieros un músico de nombre Fernando Ortiz. Para sumar épica al relato algunos dice que fue durante una nochebuena, más precisamente en el 51. Esa noche hubo tormenta en Resistencia, y cuando Ortiz iba a comenzar a tocar un bolero, entró por la puerta un perro asustado por los truenos. El músico dio el concierto, y junto a los presentes se sumó el animal que se pegó a Fernando y Fernando le regaló su nombre. A partir de ese momento (y si fue desde antes, nadie lo había notado) Fernando, el perro, se quedó por allí para siempre, deambulando entre artistas y bohemios.
Fernando se convirtió en el perro de toda esa movida bohemia del Fogón, y aquí comienza el mito. Además de engordar como todo perro callejero que despierte algo de simpatía en más de un vecino, parece que Fernando disfrutaba de cada encuentro musical del Fogón. Los parroquianos de este lugar comenzaron a tomar su presencia como de buen augurio, y parece que el can comenzó a cultivar su oído musical.
No sólo al Fogón de los Arrieros se acercaba Fernando a escuchar música. A cada peña, recital y hasta cumpleaños donde asomara una guitarra, se acercaba el perro para escuchar un poco de música. En cada festival estaba presente, y nadie se atrevía a sacarlo de ningún escenario porque todos entendían que era parte del ámbito cultural de Resistencia.

En 1958 un pianista polaco ofreció un concierto en el Cine Teatro Sep, allí se presentó Fernando y se acomodó debajo del piano. Los organizadores del evento explicaron al músico lo que representaba este perro y advirtieron de su oído musical, obviamente el músico no se opuso a la presencia del animal y comenzó a tocar. Cuentan los presentes que sobreviven (y que misteriosamente cada año son más) que en determinado momento durante una sonata de Beethoven, Fernando paró sus orejas, luego se paró él mismo y finalmente emitió un gruñido mirando fijamente al pianista que comenzó a transpirar. El público chaqueño comenzó a preocuparse, y se escucharon algunos murmullos. Cuando finalizó el concierto, el polaco honorablemente admitió que había errado dos notas y repitió la sonata al momento de los bises, esta vez sí, sin errores.
Dicen los Homeros de la mitología chaqueña, que además de tener un oído absoluto y de arbitrar durante las ejecuciones musicales, Fernando era tan inteligente que cuando la municipalidad vacunaba mascotas, él ante la falta de dueño hacía solo la cola para recibir la vacuna; que deambulaba por las mesas callejeras de algunos bares típicos de Resistencia, y si alguna persona hablaba mal de él, nunca más se acercaba a esa mesa; que dormía en la recepción del Hotel Colón, desayunaba medialunas con el gerente del Banco Nación, almorzaba en un restaurante llamado El Madrileño y cenaba en otro llamado La Estrella.
El 28 de mayo de 1963 Fernando fue atropellado por un auto. El animal estaba muerto, pero el mito más vivo que nunca.
Su entierro, dicen, fue el más concurrido de Chaco hasta ese momento. Su cuerpo descansa en la vereda del Fogón de los Arrieros, y allí se levantó una estatua que lo representa. Otra se encuentra frente a la casa de gobierno de Chaco.

En 1973 Alberto Cortez grabó la canción Callejero, en 1998 lo hizo Attaque 77. Infinidad de crónicas dicen que la canción dedicada a ese “callejero por derecho propio”, está inspirada en Fernando. Lamentablemente Alberto Cortez contó en una entrevista poco tiempo antes de morir, que el “Callejero” de su canción, era un perro madrileño de nombre Moro o Palomo, que pertenecía a todo el barrio pero que los elegía a él y a su compañera Renée Govaer. Al igual que Fernando, pero a 9500 kilómetros de allí, Moro o Palomo murió atropellado por un auto.
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