Por Darío Nicolás Becchetti (*)
Tuvo que venir una pandemia para poder discutir lo regresivas que son las cargas tributarias a nivel mundial. En un contexto donde hace falta mucho dinero, las big tech emergen como las ganadoras absolutas de este inédito contexto. Las necesidades financieras globales aceitaron un consenso que parecía imposible hace un par de décadas: es necesario que los ricos paguen más impuestos.
España y Francia inauguraron la llamada “tasa Google”. Se trata de un impuesto que grava la actividad de empresas tecnológicas como Google o Netflix y re-invierte ese dinero en las industrias culturales locales. Esta interesante iniciativa también encierra un principio central para esta discusión. Las tecnológicas deben pagar impuestos en los países donde obtienen ganancias independientemente de donde estén radicadas sus sedes. Y esto no es un detalle porque las grandes corporaciones tecnológicas fijaron sus domicilios en guaridas fiscales como Irlanda o Luxemburgo. Casualmente, algunos de los pocos países que están en contra de un impuesto global.
Estados Unidos estuvo en contra de la tasa Google desde sus orígenes. Lo hizo durante la gestión Trump y lo mantiene ahora bajo la gestión Biden. Consideran que es “discriminatorio”, ya que según ellos, es un impuesto hecho a la medida de las big tech norteamericanas. No sería muy sorpresivo descubrir que detrás de esta mirada está el poder de lobby de estas mismas empresas.
La propuesta del G-7 de un piso mínimo para un impuesto global llegó al G-20 y logró un consenso. El problema es que si bien hay acuerdo sobre el concepto, resta definir como se ejecutaría. Mientras varios países sostienen que debería ser de un 15%, otros países como Francia y la Argentina entienden que 15% es demasiado poco y que el número debería estar más cerca del 25%. Recordemos que estamos hablando de un impuesto para las corporaciones más grandes del mundo, cuyo fin sería financiar la reconstrucción del planeta post pandemia. Actualmente el 10% de la población mundial está subalimentada.
En este contexto, ministros y ministras de finanzas enfrentan al lobby y la capacidad instalada para esquivar impuestos de los más ricos del mundo.
(*) Licenciado en Comunicación Social; periodista